No suele pasar mucho en Pinotepa Nacional, pero cuando algo sucede es una tragedia. La mañana del miércoles 18 desperté, como siempre, muy temprano a las 6 de la mañana.
Me alisté para ir a la escuela. Llegué a buena hora, tan solo para que una compañera me informara que no había clases, porque un huracán se acercaba. No sabía mucho, nadie sabía mucho. Me dirigí a una tiendita cercana, donde pude “agarrar” señal de Internet. Ese huracán se llamaba Erick. Llegaría en la noche, decían las notas periodísticas.
Me fui a casa. El día transcurrió como siempre. Entre labores domésticas y tareas. Ayudé a mi mamá en esto y en lo otro, me puse a leer un poco en los libros de la escuela y me dispuse a dormir. Ya tarde, eran las 11 de la noche. Erick no llegaba. Ni se asomaba. No dormí mucho, porque al poco rato, a las 4 am o 4:30, el ruido ya era ensordecedor. Erick llegó sin avisar, de pronto, como las pesadillas suelen hacerlo.
Todos nos asomamos por una ventana y el viento era inclemente, lo destruía todo; volaban las láminas de asbesto en el corredor, las de un cuarto de al lado, donde un sobrino dormía. Los árboles se vinieron abajo. Y sin más, la lluvia se metió a la casa, en cada rincón. Fue un momento de mucha ansiedad.
Se nos fue la madrugada con cubetas en las manos, cachando goteras y sacando agua. Por ahí de las 6 de la mañana todo pareció calmarse. Casi dos horas de pelear contra la naturaleza. Imposible ganarle. Erick había ya dejado muchos daños en su breve paso. Quizá una hora más y nadie la cuenta. Así de duro fue.
La ropa, zapatos, muebles, todo mojado. El piso del cuarto de mi hermana, inundado; el corredor igual, láminas inexistentes o destruidas. Un panorama que no había visto a mi corta edad.
Ese día se nos fue en labores de limpieza y ordenando lo poquito que pudimos rescatar. Fue un trabajo arduo, pero finalmente pudimos descansar al caer la tarde, cuando mi papá llegó con comida, ¡qué suerte! No muchos la tuvieron.
Llegó la noche, estábamos juntos, completos, vivos, sí con la casa maltratada, pero juntos, aún con un techo dónde dormir o intentar dormir y con algo qué llevarnos a la boca. Lo que ya era mucho pedir. La tormenta había pasado, pero el miedo se nos había quedado en los huesos. Ha pasado una semana desde entonces. Es hora de la reconstrucción.