Una de las leyendas oaxaqueñas más populares es la que se refiere a la construcción de la carretera del Panteón Jardín y San Felipe del Agua. Cuentan quienes aún la recuerdan con todo y sus detalles dicen que el terror vive ahí.
Cierto día los trabajadores que comenzaban su jornada, como cada día, sintieron un inusual escalofrío y sin mediar palabras todos y cada uno abandonaron su lugar dejando tiradas hasta sus herramientas. ¿Qué había sucedido? En ese momento nadie se lo pudo explicar. No sabían lo que había sucedido, solo esa extraña sensación y un miedo que se les había metido hasta los huesos.
Al día siguiente, uno a uno, esos trabajadores llegaron al mismo lugar, esperanzados en que todo aquello había quedado en un mal trago, un momento perturbador, pero ¡oh, sorpresa! Sus herramientas de trabajo no estaban. Informaron al capataz, que también se había ido el día anterior, que simplemente no tenían con qué retomar sus labores. No habiendo modo, se volvieron a ir a sus casas. Otro día sin trabajar, otro día sin paga.
Ahí se quedó el encargado principal de la obra, aturdido, confundido, preocupado. Sin embargo también se alistaba para retirarse. Caminaba dejando atrás el lugar, cuando se encontró delante de un ave negra; no pudo quedarse con la incertidumbre y se aproximó lo más que pudo, intentando no espantarla, lo que no sucedía; al contrario, estaba siendo atraído hacia aquella inusual criatura.
De pronto. ¡Esa ave se convirtió en una mujer! Nada atractiva, más bien se tornó en un espanto, un espectro, deforme, espeluznante, intimidante. ¿Por qué? ¿Qué pretendía? La visión del joven se tornó nublada y de pronto se perdió en el espectro mismo.
Al tercer día se cosas raras, los trabajadores regresaron, puntuales, como siempre, aún con el frío en los huesos. El primero que se percató de la ausencia del encargado de la obra fue el capataz, quien lo buscó, lo esperó y nada… Había desaparecido.
La obra continuó y con el tiempo llegó un nuevo encargado de la obra que no podía detenerse, pero para sorpresa de todos los trabajadores el nuevo encargado de la obra también desapareció misteriosamente, sin dejar rastro. Desde luego eran tiempos distintos a los actuales, en los que ni el Internet ni los teléfonos celulares existían, ni en los sueños más remotos de sus creadores.
Se empezaron a correr los rumores, las historias fantásticas y también el miedo. Poco a poco los trabajadores fueron dejando de asistir. En definitiva el lugar estaba maldito, decían. ¿Para qué arriesgarse?
Entonces llegó un tercer encargado de la obra, que desde luego desconoció el infortunio de sus dos antecesores. Y como ellos, también tuvo su diabólico encuentro con el ave, con la mujer, con sus más profundos temores.
Él mismo contaría lo que seguramente sus antecesores recibieron como mensaje por parte del horrible ente y se negaron a cumplir: debía entregar el alma de 100 obreros como condición para que se le permitiera terminar la obra. ¿Había sido un mal sueño?
Y no es que el encargado no creyera en la sentencia de aquella mujer, a la que apenas podía fijar en su mente tras despertar boca abajo entre la tierra batida junto a una pala, solo que no se sentía con la fuerza para entregar a sus trabajadores, no siendo un buen cristiano que solo quería concluir su trabajo sin cargo a su conciencia.
Finalmente, la carretera fue terminada el domingo 6 de junio de 1986. El trabajo estaba hecho y, aparentemente, sin mayores consecuencias, solo aquella advertencia del ente, que el encargado de la obra había ignorado, confiado en que quizá se había tratado de un mal sueño.
Pero no, no había sido un mal sueño, no una pesadilla, había sido una sentencia que cumpliría apenas días más tarde, cuando el encargado extrañamente perdió la vida y la carretera a deteriorarse aceleradamente, lo que nadie nunca ha podido explicar.