Ha pasado una semana. El miércoles 18 de junio nos avisaron que las clases se suspendían por la inminente llegada del huracán Erick. En la mañana de ese día mi familia y yo vimos con asombro que se alertaba a los ciudadanos estar preparados con despensa y linternas, alcohol, gasas, documentos oficiales y etcétera. Pero ese día nada fuera de lo común sucedió en esta parte de la Costa oaxaqueña. Pinotepa Nacional amaneció en calma y así transcurrió hasta el anochecer.
Ya para el jueves 19 de junio, dormidos todos, súbitamente, a las 3:30 de la madrugada, una torrencial lluvia se dejó venir. Acostumbrados, pensamos que solo sería otra velada pasada por agua. Nada más. Una hora después, a las 4:00, un fuerte viento avisaba que Erick había llegado y tocaba a nuestras puertas.
De pronto, afuera, cerca y a lo lejos, el crujir de los árboles, el espeluznante sonido de las láminas, de los techos cayendo, un crujir que se apoderó de nuestros pensamientos como un golpe en la cara, aquí, allá, y desde más lejos. Por doquier.
Las láminas caían por todos lados, las nuestras y las de las casas de los vecinos. Las de todos; sin embargo, nadie se atrevió a salir, ¿a qué?. Lluvia afuera, terror adentro. Apenas atinábamos a prender las luces para estar atentos a lo que desde arriba pudiera caernos. Pero a las 4:30 ya era inútil accionar el botón; nos habíamos quedado sin luz, nosotros y todos. Sin luz ni señal telefónica. Nada. A oscuras, con el terror apoderándose. De nosotros y de todos.
Así transcurrieron las horas, agazapados en un rincón todos juntos, abrazados, esperando lo peor. El agua por todos lados. Sin vernos ni las manos. Incomunicados en Las Lomas, pero sin imaginar que lo mismo sucedía en toda la ciudad y aún más allá, en las 40 agencias municipales.
Para las 7:20 la lluvia paró. El huracán Erick nos daba tregua y había que, ya con la luz del día, atestiguar el saldo de estas horas de martirio. Después de asimilar el trance, salimos a abastecernos en las tiendas más cercanas, lo que pudiera, lo que hubiera. Pero ya nada había; una oleada se había agolpado sobre los anaqueles para comprar comida, agua y lo que hiciera falta, porque la escasez se olía, aunque aún no podíamos verla en toda su dimensión. Rumores por acá, por allá, pero nada confirmado, solo dichos. De oídas, porque nadie podía hablar por teléfono con sus familiares, amigos o compañeros de escuela y de trabajo. Ya eran las 8:30.
Nada en las tienditas, nada en los supermercados, nada en las tortillerías, nada qué comprar en las calles de Pinotepa Nacional. Pasaron muchas horas de tensa espera. La luz, con intermitencia, volvió a las 5:40 pm, la señal telefónica casi al mismo tiempo, también con fallas.
Muy cerca se encuentra otro municipio, Pinotepa de Don Luis, adonde decidimos irnos el viernes; salimos apresuradamente del que sabríamos después era la zona cero del huracán Erick. Queríamos saber cómo le había ido a los abuelos, a los tíos, a sus casas, al pueblo. Casi las mismas consecuencias: láminas voladas, pero nada más. Techos inestables. El mismo terror que habíamos pasado nosotros la madrugada del jueves 19. La que no olvidaremos nunca.
Ha pasado una semana. Y de nuestra parte, todo quedó en un hondo terror. Para algunos vecinos, amigos, compañeros y conocidos los daños sufridos fueron cuantiosos. Irreparables. Pérdida total. Aún así, a la intemperie, pudieron, y pudimos, sobrevivir a un huracán que se dijo no pegaría acá, o no tan poderosamente, pero al final sí. Nos agarró dormidos, a oscuras y en el desamparo. Pero estamos juntos y más que nunca dispuestos a seguir adelante.